El Libro de Retratos en el 450 aniversario del nacimiento de Francisco Pacheco (II).


Exposición: 9 de junio a 29 de septiembre 2014.
Museo Lázaro Galdiano. Sala 2. Serrano 122. Madrid.
Miércoles a lunes de 10 a 16.30 h. Domingo hasta las 15 h. Martes cerrado.

Por Juan Antonio Yeves Andrés

En esta pequeña pero selecta muestra que conmemora el 450 aniversario del nacimiento de Francisco Pacheco se expone ahora el retrato de Fernando de Herrera, una muestra excelente de la calidad de los dibujos que se encuentran en el Libro de descripcion de verdaderos Retratos, de Illustres y Memorables varones, manuscrito autógrafo de Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez, que con este volumen, en el que cada retrato va acompañado casi siempre de la semblanza del personaje, pretendió mantener viva la memoria de algunos de los más insignes ingenios de la época. En muchos casos ésta es la única efigie que se conserva de artistas, escritores o religiosos y las noticias que aporta, especialmente cuando les conoció y trató personalmente, son referencias fiables y válidas para sus biografías.

Retrato de Fernando de Herrera en el Libro de Retratos de Francisco Pacheco. Manuscrito. 1599-1644. Inventario 15654.

Fernando de Herrera, admirador, como estudioso de la poesía y como escritor, de la obra de Garcilaso, a quien consideraba el príncipe de los poetas españoles, destacó entre los literatos sevillanos de la época y Pacheco le situó al lado de otros varones memorables como fray Luis de León o Quevedo en este repertorio de hombres ilustres. Fue conocido por sus contemporáneos como «el divino», calificativo que mereció por sus obras y por su saber, y Francisco Pacheco no sólo nos dejó su imagen y su semblanza, sino que también se ocupó de la publicación de sus obras.

Francisco Pacheco: Fernando de Herrera

El retrato, elogiado por Pablo de Céspedes y Rodrigo Caro, es una muestra de la proverbial destreza de Pacheco en esta especialidad y nos presenta al poeta laureado con gesto serio y recatado, propio de su carácter reservado, que con frecuencia buscó refugio en sus amigos, especialmente para leerles los textos que escribía; el afán perfeccionista, casi obsesivo, y la búsqueda de la belleza le llevó a destruir aquellas obras que no lograban una opinión favorable. Sin duda Pacheco contribuyó de forma decisiva para que se celebre su memoria y su nombre viva «perpetuamente en boca de la fama y en los escritos de los hombres sabios». Las alabanzas que encontramos en el elogio, lleno de amistad y fervor, no se limitan a los méritos literarios de Fernando de Herrera, pues, como en el caso de otros personajes incluidos en el libro, pretende inmortalizar también su perfil humano:

[…] fue templado en el comer y bever, no bevio vino. Fue onestissimo en todas sus conversaciones, i amador del onor de sus proximos. Nunca trató de vidas agenas, ni se halló donde se tratasse dellas. Fue modesto y cortes con todos, pero enemigo de lisonjas, ni las admitio ni las dixo a nadie (que le causó opinion de aspero y mal acondicionado) vivio sin injuria a alguno y sin dar mal ejemplo.

Erudito y sensible, Herrera cambió el rumbo de su trayectoria poética, iniciada con obras de marcado acento heroico –Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto– y bíblico, hacia composiciones de carácter lírico, con clarísima evocación del estilo petrarquista, que tan magistralmente había sabido adaptar Garcilaso con nuevos modelos de versificación, en los que el amor o la naturaleza también reflejan las preferencias de orientación humanística. Pacheco recuerda como los versos amorosos, escritos en alabanza de su «Luz», los dedicó a doña Leonor de Milán, esposa del segundo conde de Gelves; en ellos evoca su tragedia sentimental y se manifiesta claramente como continuador consciente del estilo de Petrarca y de Garcilaso.

Aunque en la portada del Libro de retratos figura el año 1599, sólo hemos de considerar este año como el del inicio del proyecto, pues en el texto se alude a hechos posteriores, como ocurre en el elogio de Fernando de Herrera, donde Pacheco menciona la edición que preparó de las obras del poeta, impresa por Gabriel Ramos Vejarano, en 1619. Se trata de la segunda edición, pues la primera se había publicado en 1582, preparada minuciosamente por el propio Herrera, que solicitó y obtuvo la licencia para imprimirla y se la dedicó a Fernando Enríquez de Ribera, marqués de Tarifa. En la Biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano se conserva un magnífico ejemplar de esta primera edición que perteneció antes a la Royal Society de Londres y a otro bibliófilo inglés, Henri Huth, y también otro de la segunda en la que intervino Pacheco.

Fernando de Herrera: Obras y Versos. Inventarios 9588 y 5813

El hecho de cuidar la nueva edición de las obras de Herrera confirma por una parte la admiración que Pacheco profesaba al poeta y por otra su afición a las letras. Sabemos que cultivaba la poesía, al menos desde 1587, pues de esta fecha datan los versos que escribió con ocasión de la muerte de Rodrigo Álvarez, confesor en Sevilla de Santa Teresa de Jesús, y que reproduce junto al retrato del jesuita -«de heroicas virtudes y altísimos dones»- en este mismo volumen y señalando que lo hace «atendiendo más a la devoción que a la elegancia» de aquella poesía. Llegó a ver en letras de molde algunas otras composiciones poéticas propias pues sus contemporáneos le estimaron como escritor. Sin embargo vivía de sus pinceles, con encargos cada vez más frecuentes, que le proporcionaron prestigio como pintor y reputación de excelente maestro; recordaremos que Diego Velázquez y Alonso Cano acudieron a su estudio como aprendices.

Obras de Lope de Vega y Carta ejecutoria de hidalguía de Arias Pardo de Cela

Se mantienen las otras obras que figuran en la exposición desde la inauguración en junio pasado: Jerusalén conquistada de Lope de Vega, Madrid: Juan de la Cuesta, 1609 [Inventario 8181], Laurel de Apolo de Lope de Vega, Madrid: Juan González, 1630 [Inventario 8179], con la semblanza de Lope que no se conserva en el Libro de Pacheco, aunque si su retrato.

Completa la exposición la Carta ejecutoria de hidalguía de Arias Pardo de Cela, Manuscrito, Granada y Sevilla, 1601 [Inventario 15437], con la imagen de la Inmaculada, vestida con túnica roja y manto azul. En el Arte de la pintura, publicado más tarde, Pacheco establece las características de esta representación: túnica blanca y manto azul, según la visión de la beata Beatriz de Silva, que había propuesto el dominico Fray Vicente Justiniano Antist en su obra Tratado de la Inmaculada Concepción, editada en Sevilla en 1615. En cuanto a la disposición menguante o creciente del cuarto de la luna iluminado, Pacheco sigue la versión expuesta en Vestigatio arcanu sensus in Apocalipsis, publicada en Amberes en 1604, por el jesuita Luis del Alcázar, otro de los varones ilustres que aparece en el Libro de retratos.

Pacheco: Lope de Vega y Luis del Alcázar

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