EL LIBRO DE RETRATOS DE PACHECO: MEMORIA DE VARONES ILUSTRES DEL SIGLO DE ORO – III


Exposición: 6 de abril a 13 de junio de 2021.  Prorrogada hasta el 4 de julio de 2021.

Museo Lázaro Galdiano. Sala 6. Serrano 122. Madrid.

Martes a domingo de 9,30 a 15 h. Lunes cerrado.

Por Juan Antonio Yeves Andrés

En estas últimas semanas se han mostrado tres retratos, los de Luis de Vargas, Francisco de Quevedo y Felipe II, con el que estaba previsto clausurar la exposición. Al prorrogarse durante tres semanas más de las inicialmente previstas, se ha presentado la ocasión de mostrar otros tres y, así, cuando concluya la exposición se habrán visto la portada y doce de los cincuenta y seis retratos que conserva el manuscrito.

Como en la segunda entrada del blog referente a esta exposición, seguidamente reproducimos los tres retratos mencionados, que ya han podido ver los visitantes de la exposición, y otros tres, que mostrarán en las tres próximas semanas, con un primer plano del rostro, y un breve texto, parte del elogio a cada uno de ellos tomado del manuscrito de Francisco Pacheco, en los casos en los que junto al dibujo aparece la semblanza en el Libro de retratos.

De la misma manera, también sirve lo dicho en cuanto a la transcripción: para hacer más fácil la lectura a cualquier lector se ha actualizado el uso de las mayúsculas, la acentuación y la puntuación, incluso ciertas características ortográficas que mantuvieron Piñero Ramírez y Reyes Cano en su edición del Libro de retratos de 1985.

Luis de Vargas (1505-1567), pintor.

Maravillosas obras son todas las que ilustran y enriquecen esta ciudad de mano de este hijo suyo, excelente y general artífice. Mas, yo confieso que entre todas me arrebata y suspende la historia del Cristo que lleva la Cruz a cuestas, que pintó a fresco a las espaldas del sagrario antiguo de la iglesia mayor de esta ciudad, que en la disposición de aquella fachada y en el tratado de los colores (principalmente) ninguna se le aventaja en España. Fue valentísimo retratador, como lo muestra bastantemente el gran retrato frontero del chantre, en el retablo referido, pero con mayores ventajas el de doña Juana Cortés segunda duquesa de Alcalá. Dudo que se le pueda anteponer alguno del más aventajado en esta profesión. Tuvo suma gracia en los rasguños e intentos con la pluma, y fue igual en el dibujo y colorido, en todas las diferencias de pintar, o bien fuese a olio, o a fresco, o a temple (estado de bien pocos); y en todo descubrió decoro y majestad, semejante a la de Rafael de Urbino. Fue músico fundado y excelente, pero en tocar un laúd tuvo particular destreza. Fue, sobre todo, de tan esclarecida virtud que obligó a un docto y grave hombre que predicando la manifestase, y diese de ella noticia el día de su muerte, callando su nombre.

[Francisco de Quevedo (1580-1645), escritor y poeta].

Felipe II (1527-1598), rey de España.

Su modestia en el hablar era peregrina: no hablo jamás a nadie palabra descompuesta. Amaba mucho la verdad: porque le mintió uno de su Cámara murió fuera de ella y de su gracia. Estimó y veneró la dignidad real. Fue gran honrador de sus progenitores: a sus retratos quitaba la gorra; siempre que los nombraba, decía: El rey mi Señor, el emperador mi Señor. Sus dichos graves y sentenciosos no se pueden encarecer. Floreció en todas las virtudes, pero sobre todo mereció el renombre de Prudente. Los trabajos de tan larga vida fueron muy inferiores a los de antes de su muerte, porque fuese insigne rey de la paciencia, como lo fue el santo Job. Doce años antes no bebió gota de vino, ni comió sino a ciertas horas. Abriéronle muchas veces una pierna con excesivos dolores; después le cortaron un dedo de la mano derecha, y preguntándole el príncipe (sencillamente) si le dolía cierta llaga, respondió: mucho más me duelen mis pecados.

Francisco Guerrero (1528-1599), clérigo secular, músico.

Fue el más único de su tiempo en el arte de la música y escribió de ella tanto que, considerados los años que vivió y las obras que compuso, se hallan muchos pliegos para cada día, y esto en las de mano. Su música es de excelente sonido y agradable trabazón. Compuso muchas misas, magnificas y salmos; y entre ellos, in exitu Israel de Egipto, de quien los que mejor sienten juzgan que estaba entonces arrebatado en alta contemplación. Estampó muchos motetes que por su propiedad y sonido se estimarán eternamente, pues solo el de Ave virgo Santísima ha sustentado y dado reputación a infinitos músicos de España. Pues, ¿quién acertó como él a dar aliento y devoción al himno Pange linguae? Finalmente, no hay iglesia en la Cristiandad que no tenga y estime las obras de este ilustre varón. Fue hombre de gran entendimiento, de escogida voz de contra alto, afable y sufrido con los músicos, de grave y venerable aspecto, de linda plática y discurso y, sobre todo, de mucha caridad con los pobres, (de que hizo extraordinarias demostraciones que, por no alargarme, dejo) dándoles sus vestidos y zapatos hasta quedarse descalzo.

Baltasar del Alcázar (1530-1606), poeta.

Lo cierto es que en las coplas castellanas, antes ni después de él, ninguno le ha igualado. Pero quien (a mi ver) ha hecho mejor juicio de su ingenio y versos es don Juan de Jáuregui, caballerizo de la reina, con que daré glorioso remate a este elogio. Dice así: Los versos de Baltasar del Alcázar descubren tal gracia y sutileza, que no solo le juzgo superior a todos, sino entre todos singular; porque no vemos otro que haya seguido lo particularísimo de aquella fuerte de escribir. Suelen los que escriben donaires, por lograr alguno, perder muchas palabras, mas este solo autor usa lo festivo y gracioso más cultivado que las veras de Horacio. No sé que consiguiese Marcial salir tan corregido y limpio de sus epigramas. Y lo que más admira es que, a veces, con sencilla sentencia, o ninguna, hace sabroso plato de lo más frío, y labra en sus burlas un estilo tan torneado, que solo el rodar de sus versos tiene donaire, y con lo más descuidado despierta el gusto. En fin, su modo de componer, así como no se deja imitar, apenas se acierta a describir.

Benito Arias Montano (1527-1598), clérigo de la Orden de Santiago, polígrafo.

Quien escribió tanto, quien gastó también el tiempo, ¿cómo pudo dejar de ser hombre muy virtuoso? Fue, pues, su vida tan ejemplar e inculpable, que admiró al mundo. Y, en particular, fue templadísimo, pues jamás bebió vino, ni comió más que una vez, y esto a la noche, y un solo manjar, carne o pescado, leche o yerbas; si bien, en los seis años que asistió a la Biblia en Flandes, se abstuvo del todo de comer carne, usando solo de una de las demás cosas con mucha moderación. Observó rigurosamente la castidad en su persona y familia; guardó gran puntualidad en decir misa y rezar sus horas. Amó por extremo la soledad; su recreación era su huerto y las flores de él. Y como varón santo padeció en cárcel prisión sin culpa, de que le libró Dios, como apunta en el prefacio a los profetas menores. Modestia es digna de referir, siendo graduado de doctor, no haberse acordado en sus obras más que de solo su nombre.

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