Exposición: 6 de abril a 13 de junio de 2021.
Museo Lázaro Galdiano. Sala 6. Serrano 122. Madrid.
Martes a domingo de 9,30 a 15 h. Lunes cerrado.
Por Juan Antonio Yeves Andrés
Como se anunciaba en la entrada anterior, publicada el pasado 5 de abril, desde que se inauguró esta exposición se han ido mostrando los retratos originales, uno diferente cada semana, pasando las páginas del libro. Durante la primera se pudo ver la portada y en las siguientes los retratos de fray Luis de León, Fernando de Herrera, personaje sin identificar [probablemente Francisco de Rioja], Gutierre de Cetina, Gonzalo Argote de Molina [aunque figura como Luciano de Negrón] y Pedro de Campaña, que se muestra en estos momentos.
A continuación reproducimos los retratos que ya han podido ver los visitantes de la exposición, con un primer plano del rostro, y un breve texto, parte del elogio a cada uno de ellos de Francisco Pacheco, en los casos en los que junto al dibujo aparece la semblanza en el Libro.
Para hacer más fácil la lectura a cualquier lector se ha actualizado el uso de las mayúsculas, la acentuación y la puntuación, incluso ciertas características ortográficas que mantuvieron Piñero Ramírez y Reyes Cano en su edición del Libro de retratos de 1985.
En lo natural, fue pequeño de cuerpo, en debida proporción; la cabeza grande, bien formada, poblada de cabello algo crespo y el cerquillo cerrado; la frente espaciosa, el rostro más redondo que aguileño (como lo muestra el retrato), trigueño el color, los ojos verdes y vivos. En lo moral, con especial don de silencio, el hombre más callado que se ha conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos; con extremo abstinente y templado en la comida, bebida y sueño; de mucho secreto, verdad y fidelidad; puntual en palabra y promesas; compuesto, poco o nada risueño. Leíase en la gravedad de su rostro el peso de la nobleza de su alma; resplandecía en medio de esto, por excelencia, una humildad profunda. Fue limpísimo, muy honesto y recogido, gran religioso y observante de las leyes.
Fue Fernando de Herrera muy sujeto a corregir sus escritos cuando sus amigos, a quien los leía, le advertían, aunque fuese reprobando una obra entera, la cual rompía sin duelo. Fue templado en comer y beber; no bebió vino. Fue honestísimo en todas sus conversaciones y amador del honor de sus prójimos. Nunca trató de vidas ajenas, ni se halló donde se tratase de ellas. Fue modesto y cortés con todos, pero enemigo de lisonjas, ni las admitió ni las dijo a nadie (que le causó opinión de áspero y mal acondicionado). Vivió sin hacer injuria a alguno y sin dar mal ejemplo.
Fue natural de esta ciudad, de gente poderosa y noble. Diose después de sus estudios al arte militar, en que fue no menos valiente soldado que extremado poeta; siéndole tan agradable la caja de Marte, como la vihuela de Apolo. Gastó en esta profesión los años de su juventud en Italia y, llamándole su divino ingenio, se volvió a su patria a la quietud de las musas. […] Algún tiempo después pasó a las Indias de la Nueva España, llamado de un hermano suyo, que había sido conquistador con el marqués del Valle, de los más poderosos que había en la Ciudad de México. […] Últimamente de su muerte hay diferentes opiniones, pero la más cierta es (¡oh infelicidad humana!) que se acostó bueno y amaneció muerto, sin saber de qué ocasión, a los 40 años de su edad, el de 1560.
Aprendió en la juventud las letras humanas con singular ingenio y feliz memoria. Hallóse, de 13 años, en la defensa del Peñón de Vélez con don Fadrique de Carvajal, y después en la rebelión de Granada, siendo de 17 años, con 30 escuderos de a caballo a su costa. Y en el ofrecimiento que su padre hizo de servir a Su Majestad, con 24 lanzas en la guerra de Navarra, como uno de los 12 caballeros que Sevilla envió. Después de estos ejercicios de las armas se dio al estudio de las letras e hizo en sus casas de calle de Francos (con buena elección a mucha costa suya) un famoso museo, juntando raros y peregrinos libros de historias impresas y de mano, lucidos y extraordinarios caballos, de linda raza y vario pelo, y una gran copia de armas antiguas y modernas que, entre diferentes cabezas de animales y famosas pinturas de fábulas y retratos de insignes hombres, de mano de Alonso Sánchez Coello, hacían maravillosa correspondencia, de tal suerte que obligaron a Su Majestad (hallándose en Sevilla, año 1570) a venir, en un coche disfrazado, por orden de don Diego de Córdoba, a honrar tan celebrado camarín.
Pues, de sus costumbres, ¿qué diré? Fue benigno, misericordioso, casto, corregido; no se halló mentira en su boca, aunque fuese burlando; no se le conoció enfermedad mientras vivió, porque amó grandemente la abstinencia y templanza y a esta causa se apartaba de la comunicación particular de sus naturales. Fue hombre animoso y valiente y no medianamente diestro en las armas. Tuvo singular agudeza y donaire en el decir. Fue muy amado y estimado de muchos príncipes. Retrató algunos de la casa de Medina y de Alcalá, lo cual hacía en ausencia y con unos retoques, que en presencia de ellos daba, quedaba el retrato perfecto. Y sucedíale otra cosa más particular, que, tal vez, llevado de la fuerza de su imaginación, pedía un carbón aprisa y dibujaba en la pared una cabeza y llamando a los criados preguntaba ¿quién es este? Señor, respondían, fulano. Y de esta manera hacía dos o tres retratos de personas conocidas, haciendo la misma experiencia (a semejanza de Apeles, cuando con un carbón de improviso retrató al que lo introdujo delante del rey Ptolomeo, su enemigo). Pues ya estarían dibujados con poca gracia y destreza. En esta parte del dibujo, oso afirmar que tuvo grandísimo caudal, principalmente en la invención, y que se puede estimar a par del más valiente. Fue extremado escultor, como se ve en muchas cosas vaciadas que andan suyas, particularmente en unas anatomías de bajo relieve. […] Al fin, cansado de vivir, murió, no de otra enfermedad que de vejez, año de 1588, siendo de edad de 98 años.