Por Juan Antonio Yeves Andrés
En la fase de documentación y edición de un artículo sobre la correspondencia de José Lázaro y José María de Pereda, que preparábamos para Cartas Hispánicas, hemos localizado una fotografía de la Sociedad Artística Fotográfica y un dibujo, realizado a partir de la misma, de Emilio Porset y Martínez, donde se encuentran reunidos algunos escritores ilustres en torno al novelista cántabro.
Ya conocíamos esta escena porque había aparecido en La Esfera, la revista ilustrada madrileña, el 25 de agosto de 1928, y en estudios significados o en noticias breves sobre Juan Valera, Carlos María Ocantos, Pedro Antonio de Alarcón o el mencionado Pereda. La imagen, por lo tanto, ha tenido cierta difusión. Una copia original, al parecer la que conservó Pereda, se custodia en el Archivo de la Real Academia Española, FRAE FOT 122, y está reproducida en el catálogo de la exposición El rostro de las letras, editado en 2014.
Nuestro primer acercamiento a esta fotografía se remonta a un proyecto de 2011 sobre Alarcón y su colección de «cartes de visite». Ya entonces nos dimos cuenta de que la fecha no siempre concordaba en las distintas referencias a la misma, la relación de personajes que aparecen no coincidía en unas publicaciones y en otras y, además, y el lugar de la reunión variaba, siempre se localizaba en Madrid, pero en distintos sitios. Situados en este punto, convenía precisar todos los extremos para que no sigan difundiéndose referencias equivocadas, como la presencia en la escena de Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), José Santos Chocano Gastañodi (1875-1934) o Rubén Darío (1867-1916), que se mencionan en ocasiones.
La fecha de 1897 era la más repetida y, claro, si se admitía ese año, no podían estar los tres personajes mencionados. A Alarcón, que falleció en 1891, se le ha identificado en alguna ocasión con el personaje situado en primer lugar a la izquierda, confundiéndole con Alfredo Escobar y Ramírez, marqués de Valdeiglesias. Santos Chocano no podía ser alguno de los presentes porque en 1897 contaba 22 años y ninguno de los retratados aparenta esa edad y, sobre todo, porque no estaba en Madrid entonces. Finalmente, Rubén Darío tampoco se hallaba en España en 1897, pues vino en 1892, representando a su país en las fiestas del centenario del Descubrimiento, y volvió a Madrid en 1898, como corresponsal de La Nación. En esta segunda estancia permaneció más tiempo, y asistió a una reunión que tenía como objetivo «coronar» a Campoamor, en casa de Emilia Pardo Bazán el 10 de febrero de 1899, de la que se da noticia en El Liberal, dos días más tarde. Allí acudieron, entre otros, Juan Valera, Carlos María Ocantos y el conde de las Navas, los tres presentes en la fotografía que nos ocupa, en la que están con Andrés Mellado, el personaje que a veces ha sido identificado como Rubén Darío.
Partiendo de los personajes reconocidos con seguridad, Pérez Galdós, Valera o Pereda, había que descubrir el motivo de este encuentro y, así, no solo lograríamos la relación completa de asistentes sino también el lugar donde se celebró. Como Pereda no vivía en Madrid y la fotografía hubo de tomarse durante una estancia suya en la capital, la búsqueda se tenía que centrar en el viaje que hizo aquel año, enmarcado en unas fechas concretas: entre el 18 de febrero, cuando ya estaba en Madrid, y el 14 de marzo de 1897, día en el que salió por la noche en el tren correo para llegar a Santander el 15. Estos extremos se pueden documentar en la prensa de la época.
El motivo del viaje fue la lectura del discurso de ingreso en la Real Academia Española, fijado para el día 21 de febrero de 1897, que, en efecto, pronunció a las dos de la tarde, con asistencia de numeroso público. Según la crónica de Rodolfo Gil en La Unión Católica, al día siguiente, «el príncipe de nuestros novelistas contemporáneos; el más montañés de todos los montañeses; el emancipador literario por excelencia ―como le llama Pérez Galdós―; el pintor sublime de las brumosas nieblas de las provincias cántabras, en expresión de Menéndez Pelayo; Pereda, en fin, el gran Pereda, fue recibido ayer en su seno por la Real Academia Española, que mucho tiempo ha le había llamado a sí». Por esta crónica sabemos que «acompañaban también en el estrado al eximio novelista los académicos Sres. Menéndez Pelayo, Castelar, Echegaray, Marqués de Pidal, Valera, Balaguer, Sellés, Palacio, Saavedra, Catalina, García Ayuso, Liniers, Fabié, Fernández y González y otros más, y representantes de las demás Academias». Benito Pérez Galdós, que había ingresado en la Academia el día 7 de aquel mismo mes, contestó al nuevo académico y Juan Manuel González de la Pezuela y Ceballos, I conde de Cheste, presidió la sesión.

Emilio Porset y Martínez, Don José María de Pereda en la Academia, dibujo publicado en Nuevo Mundo, el 4 de marzo de 1897.
La lectura de su discurso de ingreso fue el motivo principal de aquel viaje de Pereda a Madrid en febrero de 1897, pero prolongó su estancia hasta mediados del mes siguiente y, así, dio ocasión a homenajes, en público o en privado, y a que Joaquín Vaamonde Cornide, en un par de sesiones, pintase un retrato al pastel del ilustre novelista, descrito por Alfonso Ortiz de la Torre en La Época, el 13 de marzo de 1897:
El reposo en que está toda la figura la da un aire sereno y majestuoso; la gallardía de la cabeza, que destaca con toda su varonil belleza del fondo; la mirada pensativa, como escudriñando en lo fantástico; la misma vaguedad del cuadro, que no está más que bocetado con gran soltura y brío de maestro, todo le envuelve en un ambiente de poesía que ayuda poderosamente a la impresión que causa la figura españolísima del autor de Sotileza, El sabor de la tierruca y Peñas arriba.
Sobre este cuadro se decía en Nuevo Mundo, donde se publicó en primicia el 25 de marzo de 1897, que era «uno de los más hermosos que hemos visto del escritor montañés».

Joaquín Vaamonde Cornide, José María de Pereda, dibujo publicado en Nuevo Mundo, 25 de marzo de 1897.
En cuanto a los homenajes durante la estancia de Pereda en Madrid, recordaremos dos de los que hay noticia en la prensa.
Uno público, ante una «concurrencia muy numerosa» en el Ateneo, el 9 de marzo de 1897, del que informó de forma breve al día siguiente La Época y más extensamente La Unión Católica en crónica de Rodolfo Gil. La velada contó con la presentación de Segismundo Moret, «presidente del docto centro», y consistió en una conferencia de Marcelino Menéndez Pelayo sobre el trabajo literario del novelista montañés y una lectura de José María de Pereda de fragmentos de obras suyas. Según Rodolfo Gil «el autor de Peñas arriba y el coloso de nuestros literatos, D. Marcelino, cautivaron más de dos horas a los circunstantes».
Otro homenaje privado y anterior en el tiempo, porque tuvo lugar el 26 de febrero de 1897, se representó en dos escenarios de la misma casa, en la calle del General Castaños de Madrid, es decir, en la elegante residencia de Carlos María Ocantos, secretario de la Legación Argentina y novelista. Distinguimos dos escenarios porque primero tuvo lugar el banquete en obsequio de Pereda, en el comedor, y, después, el Sr. Ocantos «llevó a sus ilustres comensales al salón de fumar, artístico recinto donde se rindió una vez más homenaje al eminente autor de El sabor de la tierruca». En este salón fue donde posaron para la fotografía y donde «se conversó sobre literatura, resultando una reunión tan culta como agradable», según la reseña publicada en Mundo Nuevo el 8 de abril de 1897.
Por la prensa ―La Época, el 27 de febrero de 1897― sabemos cómo se hallaban situados los comensales en la mesa de aquel comedor: «D. Juan Valera y Menéndez Pelayo, entre los cuales, ocupando el puesto de honor, estaba Pereda; Pérez Galdós y D. Andrés Mellado, que, tenían en medio al dueño de la casa; el conde de las Navas, Salvador Rueda y el marqués de Valdeiglesias».
En la fotografía de la Sociedad Artística Fotográfica, el testimonio gráfico que quedó de la tertulia que tuvo lugar a continuación, vemos cómo posaron en el «salón de fumar» de la residencia de Carlos María Ocantos los que asistieron a aquel homenaje a Pereda el día 26 de febrero de 1897: de izquierda a derecha, Alfredo Escobar y Ramírez, marqués de Valdeiglesias (1857-1949), Benito Pérez Galdós (1843-1920), Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), Juan Guadalberto López-Valdemoro de Quesada, conde de las Navas (1855-1935), José María de Pereda (1833-1906), Carlos María Ocantos (1860-1949), Juan Valera y Alcalá-Galiano (1824-1905), Andrés Mellado y Fernández (1846-1913) y Salvador Rueda Santos (1857-1933).

Sociedad Artística Fotográfica, Homenaje a Pereda, fotografía publicada en La Esfera, el 25 de agosto de 1928.
La primera representación de la escena apareció en un dibujo de Emilio Porset y Martínez (1874-1922), realizado a partir de la imagen fotográfica de la Sociedad Artística Fotográfica, el 8 de abril de 1897 en Nuevo Mundo, es decir, cuando había transcurrido poco más de un mes desde el homenaje.

Emilio Porset y Martínez, Homenaje a Pereda, dibujo publicado en Nuevo Mundo, el 8 de abril de 1897.
En la búsqueda insistente de detalles relacionados con la escena objeto de estudio han aparecido otras noticias de interés, especialmente las referentes a algún festejo en honor de Ocantos o a otros que él pudo dar en su casa, pues organizaba banquetes y homenajes con frecuencia porque le gustaba sentar a su mesa a «ilustres y celebrados escritores».
Por ejemplo, el 24 de junio de 1896 Emilia Pardo Bazán dio un banquete en honor de los diplomáticos americanos y escritores Manuel María de Peralta y Alfaro y Carlos María Ocantos, reunión en la que estuvieron también Castelar y Valera, quien leyó el prólogo de su novela Eloísa la malagueña, según las «noticias de sociedad» publicadas en La Época al día siguiente. Ocantos había dedicado otro homenaje a doña Emilia el 18 de marzo de aquel año, en el que la escritora emitió «juicios críticos atinadísimos y refirió variadas anécdotas con la más encantadora amenidad», reseñado también en La Época el 19 siguiente. En el mismo periódico, fechado el 21 de enero de 1897, encontramos la noticia de otro banquete, dado el día anterior, prácticamente un mes antes del dedicado a Pereda y también ofrecido por Ocantos en su casa, al que asistieron Marcelino Menéndez Pelayo, Manuel del Palacio, Jacinto Octavio Picón, Melchor de Palau, Emilio Ferrari, Salvador Rueda, Luis Vidart, Antonio de Zayas y Eugenio Rodríguez Escalera.
No nos detendremos en otras fiestas o banquetes, por ahora, pero sí que recordaremos una noticia que apareció en La Correspondencia de España, el día 13 de abril de 1897, es decir, cuando había transcurrido solo mes y medio desde que se celebró el homenaje a Pereda, nos referimos a que Carlos María Ocantos fue nombrado académico correspondiente en la Real Academia Española a propuesta de tres de los que asistieron en su casa a dicho homenaje, Juan Valera, Benito Pérez Galdós y el propio José María de Pereda.
Carlos María Ocantos y José Lázaro Galdiano.
Como la estancia de Carlos María Ocantos en España se prolongó y, además, frecuentaba los salones de la época, coincidió en varias ocasiones con José Lázaro Galdiano, que no estuvo presente en el homenaje a Pereda. No sorprende su ausencia en aquella ocasión pues Pereda fue uno de los pocos autores que se negó a colaborar en La España Moderna, la revista fundada y dirigida por Lázaro, a pesar de que éste le insistiera en más de una ocasión y siempre de forma correcta. Sin duda, este rechazo no fue agradable para Lázaro, pero no tomó la misma decisión que adoptó cuando se enemistó con Clarín, en la que se mantuvo firme, pues no solo determinó que su nombre no apareciese en la revista, ni para bien ni para mal, sino que en la última carta que le escribió se despidió en estos términos: «Adiós y fuera de La España Moderna». No ocurrió lo mismo con Pereda, pues dio noticia de sus publicaciones, bien con una reseña de La Puchera escrita por José Yxart, bien en la «crónica literaria» de Eduardo Gómez de Baquero, que criticó Peñas arriba y Pachín González. Este último colaborador también se ocupó en La España Moderna del discurso de ingreso en la Academia de Pereda, sobre la novela regional, y de su necrología, con el fin «de honrar la memoria de un escritor justamente famoso y el de recordar sucintamente su vida y obras a los lectores».
Ocantos y Lázaro coincidieron en distintas reuniones, por ejemplo, en el festejo que organizó Emilia Pardo Bazán el 20 de enero de 1900, donde recitaron versos Manuel del Palacio, Emilio Ferrari o Rubén Darío ―reseñado en La Correspondencia de España, el 22 de enero de 1900―. Como la relación es extensa, ahora solo mencionaremos cuatro encuentros, siempre con ocasión de banquetes o festejos literarios o diplomáticos, uno en casa de Ocantos y los otros en cada una de las tres residencias madrileñas en las que Lázaro habitó durante el periodo en el que se tuvieron relación, muy cordial por lo visto. Conviene recordar que La España Moderna sirvió de tribuna para difundir algunas novelas suyas al aparecer en las crónicas de Eduardo Gómez de Baquero: Tobi, Promisión, Misia Jeromita y Pequeñas miserias.
Ocantos invitó a Lázaro a uno de los banquetes con que acostumbraba a obsequiar a la sociedad madrileña y al cuerpo diplomático el sábado 1 de junio de 1907. Según el número de La Época del lunes siguiente, asistieron, además del anfitrión, «el presidente del Senado, general Azcárraga; el jefe del Cuarto militar de S. M., general Bascarán; el Encargado de Negocios de Cuba, señor Cantero; los señores de Lázaro Galdeano y la señorita de Vázquez Barros, los señores de Michels de Champourcin, los señores de Machimbarrena y la señorita de Ocantos».
Lázaro, por su parte, invitó a Ocantos a la reunión celebrada en los salones de La España Moderna el 16 de noviembre de 1900, cuando residía en la Cuesta de Santo Domingo. Acudieron a la convocatoria de José Lázaro los congresistas americanos y una brillante y numerosa representación de la prensa y de la literatura españolas, según noticia aparecida en El Imparcial el día 17. Recordamos la relación de asistentes porque refleja el ambiente intelectual de aquella empresa cultural de Lázaro, La España Moderna, revista que ya contaba con una trayectoria de casi doce años:
Allí figuraban hombres tan ilustres como Núñez de Arce, Manuel del Palacio, Jacinto Benavente, leídos y admirados por cuantos hablan la lengua castellana; literatos y periodistas tan notables como los señores Pompeyo Gener, Gutiérrez Abascal, Alhama Montes, García Ladevese, Balsa de la Vega, marqués de Valdeiglesias, el académico D. Francisco Uhagón, Manuel Reina, Pérez de Guzmán, Gómez Baquero, Sánchez Pérez, Fernando Araujo, Moreno y Gil de Borja, Manuel Bueno, Ramón Pardo, Ibáñez Marín, D. Gumersindo Azcárate, Fernández Prida, Adolfo Buylla, Aureliano Beruete, España, Silvela (D. Eugenio), Cánovas y Vallejo (don Antonio) y Moret.
Los rectores de las Universidades de Oviedo y Salamanca, Sres. Aramburu y Unamuno, marqués de Figueroa, José Ramón Mélida, Becerro de Bengoa, Soldevilla, Ocantos, Tolosa Latour, Carlos Luis de Cuenca y Rodríguez Mourelo; viéndose también a los señores marqués de Casa Torre, Retortillo y Macperson, Francisco de P. Flaquer, el expresidente de la República del Salvador, Sr. Zaldívar, el corresponsal del Temps de París, Mr. Guilaine, Sánchez Arévalo.
Altamira, Fernández Prida, Rahola, García Moreno, Arizcun, Sainz y Escartín, Francos Rodríguez, Alzola (D. Pablo), Pérez del Toro, Rafael Morato, Juan F. Gascón, A. Leroux, Gurrea, el director del Museo Pedagógico, Sr. Cossío; Elola (D. José), Sánchez Ortiz, director de La Vanguardia de Barcelona, de El Norte de Castilla de Valladolid, Ramón Pardo, Fernández Guardia, Serrano Fatigati, Macedo, Francisco Barado, Adolfo Bonilla, Rafael del Val, marqués de Hazas, Hilario Ayuso, Adolfo Posada, el Sr. Luchessi, corresponsal de Il Corriere della Sera de Milán, y algunos más.
Ocantos también conoció la nueva residencia de Lázaro, en la calle de Fomento, «convertida en un museo», pues estuvo en «una fiesta deliciosa» el 26 de mayo de 1905, como vemos por la noticia de El Liberal del día siguiente. Allí acudieron duquesas, marquesas, condesas, vizcondesas, señoras, señoritas, marqueses, condes, un vizconde, ministros de otros países como Japón, Argentina y Cuba (Shiro Akabané, Carlos María Ocantos y Cosme de la Torriente y Peraza) y señores ―así se ordenaba la relación de asistentes en las crónicas de la época―. En el último apartado, donde se enumeran los que no tenían título nobiliario, estaban «Canalejas, Gasset, Blasco Ibáñez, Maldonado, Catalina, Gutiérrez Abascal, F. de Bethencourt, Palacio, Sanz Escartín, Alcántara, Morote, Hoyos, Almagro, Escalera, Halphen, Casal, Ricardo de la Vega, Moreno Carbonero, generales Ordóñez, Ezpeleta, Borbón y conde de Mayorga, Bosch, Baeza, Pérez Seoane, Bermúdez de Castro, Cánovas del Castillo, F. Henestrosa, Llasera, Loygorri, Rojas y Alonso Retortillo».
La tercera fiesta que mencionaremos tuvo lugar ya en «Parque Florido», la residencia definitiva de Lázaro en la madrileña calle de Serrano, inaugurada en mayo de 1909. Ocantos asistió a un «suntuoso banquete» el 15 de enero de 1910 «en honor del embajador de Austria-Hungría y de la condesa, de Welsersheimb». Al día siguiente en La Época, Alfredo Escobar y Ramírez, marqués de Valdeiglesias, escribió sobre aquella «fiesta de arte interesantísima», firmando con el seudónimo de «Macarilla». En El Imparcial, en una reseña más breve, encontramos los nombres de algunos «comensales, además de la encantadora hija de los dueños de la casa, el embajador de Inglaterra y lady de Bunsen, el ministro de Portugal y la condesa de Tovar de Lemos y su hija, el ministro de los Países Bajos Jonkheer H. Testa, el del Ecuador Sr. Rendón, la condesa y el conde de Caudilla, la señora viuda de Cárdenas, los señores de Fernández de Henestrosa (D. Francisco), los señores de Vergara Bulnes, el secretario de la Legación Argentina y la señorita de Ocantos».
Parece que la relación de Ocantos y Lázaro fue estrecha porque incluso cenaron juntos el 31 de diciembre de 1905 en el Hotel París, donde residían José Lázaro y Paula Florido mientras se levantaba el «magnífico hotel» que se estaban construyendo en la calle de Serrano. En La Correspondencia de España del 2 de enero siguiente descubrimos que «los comensales eran el ministro de la República Argentina [Mariano Demaría], la distinguida señora Demaría y sus lindísimas hijas, el encargado de negocios de Cuba [Cosme de la Torriente y Peraza] y la bella señora de Torriente, el conde y la condesa de Oliva de Gaytán y su preciosa hija Esperanza, la amable marquesa de Villalba y su hijo el conde de Asmir, el marqués y la bella marquesa de Sotelo. el primer secretario de la Legación Argentina y distinguido escritor D. Carlos María de Ocantos y su gentil hermana, el coronel Baeza y algunas personas más». Además, sabemos que «los invitados de los señores de Lázaro estuvieron con ellos hasta después da las doce y saludaron al año nuevo comiendo las uvas de tradición y bebiendo una copa de champagne».

Carlos María Ocantos y José Lázaro Galdiano.
Ocantos y Lázaro, que nacieron en fechas próximas ―1860 y 1862― y fallecieron, después de larga vida, en 1949 y 1947 respectivamente, coincidieron durante dos décadas en Madrid en fechas en las que estaban de moda las reuniones sociales y literarias.
Aquellos «años felices» quedaron para el recuerdo porque Lázaro suspendió en «Parque Florido» los bailes y festejos, como los que hemos mencionado, a partir de 1916, fecha en la que falleció Rodolfo Gache, uno de los hijos de su esposa, Paula Florido. Sin embargo, esta circunstancia no impidió que siguiera encontrándose con Ocantos, como ocurrió en 1924, en el almuerzo de despedida del embajador de Argentina en España, Carlos Estrada, al embajador de España en Buenos Aires, el marqués de Amposta, del que se daba noticia en La Época, el 1 de mayo de 1924. En ese mismo número del periódico, además, se mencionaba la visita de Lázaro «a sitios interesantes o pintorescos de Madrid» acompañando a Théodore Reinach, que por aquellas fechas estuvo en «Parque Florido», recorrió los museos madrileños y también fue al palacio de Alba.
Como vemos, Lázaro siguió recibiendo a amigos en su casa a los que siempre mostraba sus obras de arte y sus libros, el resultado de su aficiones, el coleccionismo y la bibliofilia, cultos afectos a los que dedicó más tiempo desde que, al clausurar su revista, La España Moderna, y la editorial homónima, dejó la tarea de editor.