Por Javier Yániz Ciriza
Es bien conocido el afán de La España Moderna de dar a conocer en el viejo continente la inmensa cultura de América. «Propúsose como fin esencial estrechar los lazos que unen a España con el continente americano» ―escribe Lázaro en carta de 24 de mayo de 1890 al presidente de la Unión Iberoamericana―, por ello, desde 1899 hasta 1905, se suceden diferentes secciones centradas en cuestiones americanas: «Sección hispano-ultramarina» (1889-1892), «Reseña crítica del centenario» (1892-1893), «Revista hispanoamericana» (1898-1891), «Lecturas americanas» (1901-1905), «La América moderna» (1910-1914) y «Poetas americanos» (1899-1903). En esta entrada nos gustaría poner el foco en «Poetas americanos».
El objetivo de «Poetas americanos» «es dar a conocer en Europa la poesía de América» ―carta Lázaro de 13 de febrero de 1900 a Manuel María de Peralta― «Yo escojo, entre lo mucho que recibo en libros, revistas y periódicos lo que más me agrada». El gusto de José Lázaro le llevará a incluir a lo largo de los cuatro años de vida de esta sección a un total de cincuenta y seis poetas entre los que encontramos nombres como el de Juan Francisco Ibarra, hijo de Paula Florido, o José Santos Chocano, que inicia y concluye esta sección. En esta amplia nómina de poetas podemos destacar a Rubén Darío, Numa P. Llona, Antonio Gómez Restrepo, entre otros. Y entre esos otros se encuentran los poetas ―excepcionales también― en que se centra esta entrada: Las poetas americanas.

En la España Moderna: enero-1900, mayo-1902 y febrero-1903 respectivamente.
Lázaro Galdiano incluye en La España Moderna tres textos ―uno de cada poeta― en los que la melancolía es el sustrato común: El hierro de Agripina Montes del Valle (enero, 1900, t. 133, pp. 39-40), Invierno de Laura Méndez de Cuenca (mayo, 1902, t. 161, pp. 39-40) y A mi querida hermana Hortensia Larriva, viuda de la Jara, en el día de su cumpleaños – Páginas íntimas (febrero, 1903, t. 170, pp. 33-40).

En América en Cervantes (ed. José J. Labrador), 2003, p.659.
La obra de Agripina Montes del Valle (1844-1915), «criatura fina y eléctrica, opulenta en dones del espíritu y en excelencias de mujer» ―como la describe el poeta Rafael Pombo (1833-1912) en Las sacerdotisas: Conversaciones a propósito del libro de la señora Montes del Valle―, aparece recogida en las revistas El Mosaico y El Oasis de Medellín, también en diferentes antologías de poesía colombiana e hispanoamericana de prestigio. En 1883 publica en Bogotá su libro Poesías donde encontramos poemas como A Dios («Tú eres el Dios que iluminó mis sueños»), A la Sra. R. de H., en su día («Rosa del paraíso») o Pobre patria mía («Como has quedado, pobre patria mía»).
En El hierro («Como un negro gigante que dormita»), publicado en La España Moderna, se presenta al metal como «un negro gigante que dormita» que se extiende «de norte a sur» sobre la cordillera de los Andes; «Libertador guerrero» y al mismo tiempo «dominador del Universo entero» que «transmite a las edades / sus terríficas historias». El hierro se expone como soberano tiránico al que se subordinan los hombres que finalmente creen poder controlarlo mientras «lo lamina en el riel y lo flagela / lo enrola bajo el yunque y lo moldea; / en hoces, en cilindros lo transforma». El descubrimiento del hierro se presenta como una realidad positiva («que el hallazgo del hierro el oro trajo / remediador de todas las miserias»). En las últimas estrofas, el «hierro duro» se atreve a proclamar su fortaleza frente a los hombres: «―Estás vencido ya: yo soy más fuerte / que tu vida enlazada con la muerte». A esta soberbia sentencia «el eco de una lira resonante» le responderá: « […] Atrás, impuro, / indomable materia: yo en la altura, / libre y de nuevo sobre ti triunfante, / veré triste, errabundo, / en tus negras partículas al mundo, / flotar rota la nada agonizante». Con la que se remarca, adoptando una postura positivista, el control del hombre frente a la naturaleza.

En Simplezas, Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas, Librería Paul Ollendorff, 1910.
Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) es considerada una de las más grandes poetas mexicanas del siglo XIX ―hay quien la comparó con Sor Juana Inés de la Cruz―. Sus preocupaciones vitales se circunscriben a dos realidades: la educación y la literatura, a las que dedicará su vida. En su obra se pueden percibir influencias de la generación romántica mexicana, del modernismo e, incluso, de la poesía norteamericana en inglés. Entre su obra destaca su libro de cuentos Simplezas (1910) y alguno de sus versos desperdigados como Cuarto menguante («En el calado biombo de laca») o Sequía («Reverbera la mica en la montaña») en revistas como El Renacimiento, Revista Azul y El mundo ilustrado.
Invierno comienza con cinco estrofas donde se presenta el desolador paisaje invernal. Se recorre desde una descripción general del paraje («Los campos, antes de verdor cubiertos, /desolados y yertos, / de la vida de ayer son hoy despojos»), a la ausencia de pájaros («ninguno el vuelo a levantar se atreve»), la presencia del sol («tibio y amarillento, /quiebra su luz en el cristal del río»), los árboles («las hojas arrancadas / son juguete del viento en el vacío…») hasta llegar a las cabañas con el hogar («arde la chimenea / anunciando un hogar y una familia») para recolectar todas las ausencias y sensaciones en la quinta estrofa:
Arrecian del invierno los rigores:
no hay pájaros, no hay flores;
todo es silencio, soledad, congojas:
neblinas en los montes y vallados;
neblinas en los prados.
Blancas escarchas y amarillas hojas.
La sexta estrofa se presenta como un rayo de esperanza («Mas volverá la alegre primavera») ―con una reminiscencia clara al soneto XXIII de Garcilaso «coged de vuestra alegre primavera»―, la llegada de la estación florida que revive el mundo y lo colma de vida. Sin embargo, en un desolador final, el yo poético se queja porque no existe esa esperanza que se manifiesta en el paisaje en su «corazón atribulado» («tiene su invierno helado / y la alegre estación en vano espera») que vive en un perpetuo invierno donde «no hay iris, no hay aurora, / no hay celajes, no hay sol, no hay primavera».

En América en Cervantes (ed. José J. Labrador), 2003, p.658.
Lastenia Larriva de Llona (1848-1924) escritora peruana y fundadora de las revistas Tesoro del Hogar y Arequipa Ilustrada donde no solo publicará sus textos, si no que serán un perfecto escaparate para otros literatos. Entre sus obras encontramos Un drama singular (1880, reeditado en 1920) y Pro patria (1890), novelas, y el poemario La ciencia y la fe (1889).
Páginas íntimas es el poema que se presenta en La España Moderna con la dedicatoria que dice: A mi querida hermana Hortensia Larriva, viuda de la Jara, en el día de su cumpleaños. Este largo poema es un encomio a la figura de su hermana ―como bien reza la dedicatoria del mismo―. Comienza con una exhortación a su hermana («No, no estamos distantes, poco importa / que nos separe el océano inmenso») para invitarla, e invitar al lector, a un viaje por las galerías del recuerdo («se puebla de recuerdos mi memoria») en donde podrán olvidar las hermanas la tristeza, barbarie y desolación de la vida («¡Ah! deja que olvidemos un instante / este mundo falaz que nos rodea, / y a otra época dichosa, ya distante / remontémonos juntas, en idea»). Comenzamos con el recuerdo de la juventud y de la adolescencia perdidas «cuando aún los funestos desengaños / enlutado no habían la existencia». El poema se llena del recuerdo de la hermana tocando aquel «valse cadencioso» y las melodías «de Thalberg y Gottschalk» hasta llegar a las bodas de las Lastenia y Hortensia, el embarazo y la maternidad («borróse la esplendente lontananza / de nuestros vagos juveniles sueños / y surgió un paraíso de esperanza»). Sin embargo, el inicio de la guerra entre Perú y Chile (1879-1884) truncará la felicidad («Patria y hogar a defender, sagrados, volaron diez mil hombre valerosos; / y, altivos con el nombre de soldados/ cogieron un fusil nuestros esposos».) con la muerte de sus esposos. Mientras que Lastenia cuenta que encontró a un nuevo compañero («Y hallé un alma de mi alma compañera»), su hermana permanecerá sola («¡Pero tú, pero tú, luchado sola / contra los golpes de la cruda suerte, / del infortunio a la furente ola / tu pecho opones valeroso y fuerte!»). El poema termina con una alabanza a la fortaleza, determinación y «fe cristiana» de Hortensia.