PRIMER CENTENARIO DE LA MUERTE DE «EL DOCTOR THEBUSSEM»


Por Juan Antonio Yeves Andrés

La Biblioteca Lázaro Galdiano quiere recordar a un erudito singular y amigo de José Lázaro, «El Doctor Thebussem», en el año en el que se cumple el primer centenario de su fallecimiento y hacerle un modesto homenaje. En los últimos años en la Biblioteca se le ha tenido muy presente, desde cuando se publicó un primer libro, en 2003, donde se estudiaba su relación con Lázaro y se daba a conocer la correspondencia mantenida entre ambos. Llevaba como subtítulo «instruir deleitando», porque Mariano Pardo de Figueroa y de la Serna, más conocido por su seudónimo, «El Doctor Thebussem», gustó de las delicias de la vida ―como dijo Monner y Sans―mientras se complacía en escribir de los más variados asuntos con el deliberado propósito de hacer olvidar las miserias cotidianas y por eso se encuentra entre los escritores que lograron el difícil arte de «instruir deleitando». Lázaro estaba encantado con aquel colaborador y no puso condición alguna, ni siquiera la recomendación de Horacio a los poetas: concisión si deseaban instruir o verosimilitud si pretendían deleitar.

Más tarde, en 2013, se publicó una entrada en el blog de la Biblioteca Lázaro Galdiano sobre La mesa moderna, uno de sus libros más célebres y conocidos, no solo en círculos relacionados con la cocina, donde se publicaron una serie de cartas entre «El Doctor Thebussem»¸ Mariano Pardo de Figueroa, y «Un cocinero de Su Majestad», José de Castro y Serrano, epístolas literarias que aparecieron por entregas en La Ilustración Española y Americana, con floreos de estilo y con corrección presumida, propia de aquellos textos escritos para el público y para la posteridad, más que para la lectura íntima.

Su nombre aparece en otros catálogos de exposiciones por distintos motivos, pero, además, en 2016, con ocasión del cuarto centenario de Cervantes, se editó un libro con una serie de artículos que «El doctor Thebussem» escribió sobre el Quijote y que llegó a ofrecer a Lázaro aunque, finalmente, los editó por su cuenta.

El Doctor Thebussem y Lázaro_Ración

Por lo dicho, se puede ver que desde hace bastantes años «El Doctor Thebussem» es recordado con cierta frecuencia en la Biblioteca Lázaro Galdiano y, ahora, antes de que concluya el año en el que se ha cumplido el centenario de su muerte le traemos a la memoria, con esta breve evocación, aunque por sus merecimientos debiera tener mayor alcance.

En estas publicaciones y en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia ya hemos hecho relación de sus méritos y consta que gozó de prestigio en vida, aunque hoy solo es conocido entre eruditos, filólogos, cervantistas, gastrónomos y filatélicos. No vamos a repetir lo dicho antes, solo recordaremos ahora que en sus escritos trató de política, arqueología, numismática, administración municipal, historia, derecho internacional, comercio, jurisprudencia, caza y pesca, heráldica, genealogía, tauromaquia, literatura, filología, filatelia, gastronomía, correos, y de manera especial sobre cervantismo. También conviene añadir que recibió, entre otras distinciones, dos títulos de los que se sentía especialmente orgulloso, el de Cartero Honorario de España, y el de Caballero del Hábito de Santiago.  El primero era un cargo sin sueldo pero con derecho de uso de uniforme y se lo regalaron los funcionarios de Correos, jefes, administradores, oficiales y carteros: levita, pantalón, gorro y cartera; se completaba con un par de alpargatas de cáñamo granadino, obsequio de su amigo Castro y Serrano, cómodas, flexibles y más necesarias que el traje para que pudiera repartir bien la correspondencia, y si no las llegara a usar, servirían para que le retratasen con ellas o para que sus descendientes las enseñaran como timbre glorioso de familia. Del segundo también se envanecía el Doctor pues lucía la Cruz de Santiago como membrete en el papel de sus cartas y en sus postales y tarjetas, acreditando así la limpieza de sangre y nobleza de su familia.

Vivió mucho tiempo retirado en Medina Sidonia, en la provincia de Cádiz, alejado de todo ruido, pero en contacto epistolar con personajes relevantes de la época como Zorrilla, Valera, Barbieri y Lázaro, entre otros muchos que figuran como remitentes de miles de cartas que recibió. Conservó muchas, casi todas las recibidas, aunque algunas fueron al fuego y se perdieron para siempre: aquellas que podían perjudicar más tarde a remitente o destinatario, que serían muy pocas, y algunas de mujeres, porque después de haberse carteado con él estaban felizmente casadas o, con el paso del tiempo, la amistad se trocó en despego.

Algunos de aquellos confidentes descubrieron su verdadera imagen en La Ilustración Española y Americana, cuando Castro y Serrano perfiló sus rasgos personales y publicó su retrato, realizado por los artistas Badillo y Carretero a partir de una fotografía del Doctor que había caído en sus manos. Pudieron comprobar entonces que era como le describía su amigo: «alto y casi seco, patillas de chuleta, chaquetón con alhamares de la tierra baja, palabra gutural y un tanto ceceosa, continente andaluz de simpático aspecto, y en fin un mozo a quien daban ganas de preguntarle por su amo».

En esta ocasión, por tratarse de un recuerdo en esta fecha señalada y, aunque no nos detengamos en otros detalles biográficos, recordaremos que siempre se mostró generoso y complaciente con sus amigos y lo fue especialmente con Zorrilla.

El Doctor Thebussem_Zorrilla
El Doctor Thebussem y José Zorrilla

Propuso que las cartas de Zorrilla fueran las que iniciasen en España la moda de los epistolarios de celebridades contemporáneas y, así, el mismo, para predicar con el ejemplo, dio a conocer algunas de las recibidas del viejo poeta bajo el título «Hablen cartas». Allí destacaba la importancia y el interés que tienen las misivas personales, más aún por la índole fugaz que hace que estén en peligro de pérdida o destrucción. Además, recordaba visitas y conferencias que mantuvo con Zorrilla.

Reproducimos un texto de «El Doctor Thebussem» donde da detalles del homenaje que hizo a Zorrilla y la carta que el poeta escribió agradecido, olvidándose en este caso de las penalidades y amarguras que sufrió durante esos últimos años de su vida:

Es de advertir, como preliminar indispensable, que a fines de noviembre de 1889 dije a Zorrilla que me proponía festejarlo con un gran banquete; y él, que tan harto estaba de recibir este linaje de obsequios, me contestó, con la resignación del hombre fino y bien educado, que aceptaba con gusto mi convite.

—¿Me dirás el día y hora?

—Pues el día y hora que tú determines —le repliqué— supuesto que al festín no hemos de asistir más que nosotros dos.

—¡¡¡De veras!!! ¿De veras no más que los dos?— exclamó Zorrilla saltando de júbilo y lleno de infantil alegría.

Salió del gabinete y llamó a su mujer para participarle el gozo de que se hallaba poseído.

El próximo día, a las siete de la tarde, entrábamos en la habitación del banquete, que hice preparar en el restaurant más acreditado de la corte. La mesa se hallaba, como era de suponer, galanamente adornada. Zorrilla dejó su abrigo, y de seguida empezó a levantar cortinas y a tocar con los nudillos en los muros; a cerciorarse del sitio a donde caía el balcón, y, en fin, a examinar prolija y minuciosamente las condiciones topográficas de la pieza.

—Hago esto —me dijo— para convencerme de que estamos solos y de que no hay posibilidad de que nos oigan curiosos.

— Y la verdad —añadió— yo sería del todo feliz si me dejaras la completa jurisdicción de esta comida.

—Pues cuenta que la tienes con mero y mixto imperio— le contesté.

Y entonces, con gran prosopopeya y restregándose las manos, ordenó que levantasen de la mesa el florido centro que la adornaba y los platillos de entremeses; que viniera de una, vez toda la comida, menos el helado; que nos acercasen platos, cuchillos y tenedores, para poder cambiarlos nosotros mismos; que trajesen doble cantidad de ostras, y que cerrasen la puerta, porque con el timbre avisaríamos si de algo más necesitábamos.

Todo se cumplió al pie de la letra. Zorrilla, que no era gastrónomo ni mucho menos, después de hacer zafarrancho en las ostras y de rechazar la sopa y la fritura, se dedicó al solomillo de vaca y a las codornices, platos que calificaba de ricos y superiores, y con los cuales y varios tragos de buen Jerez hizo toda su comida.

La conversación sí que resultó variada, cordial y expansiva. Como hablamos de mil cosas, o sea de América y de Europa, de lo temporal y de lo eterno, no puedo recordar cuanto allí dijimos. Entre los puntos tratados fue uno el teatro y los actores; y éste sí que permanece y permanecerá fijo en mi memoria mientras yo viva. No; no podré olvidar los movimientos, la entonación, las inflexiones y la fisonomía del vate, cuya pequeña figura se redoblaba, al declamar en formas distintas, o séanse de comediante de la legua y de buen trágico, varias escenas y diálogos de Sancho García, de Traidor inconfeso y mártir y de El Zapatero y el Rey. Atónito y suspenso lo escuchaba yo, haciéndole repetir aquello de

(Sancho.) …Y oíd, madre y señora,

Que pronto es fuerza que el clarín me llame

Para salir contra la hueste mora,

Y antes, de mi cariño daros quiero

La última prueba, y el adiós postrero.

[…]

En ningún verdadero teatro he gozado tanto como en el de aquella noche, en que el poeta, entre sorbo y sorbo de café, de pie unas veces, otras medio terciado en la silla, era el actor; y yo, saboreando mi habano, representaba al público, prorrumpiendo en silbidos o aplausos según las circunstancias. Lejos de asemejarse Zorrilla á sombra viviente que el sepulcro respeta, parecía en esta ocasión un Hércules en quien se encarnaban las prodigiosas facultades de Máiquez y de Latorre.

Era ya la una de la madrugada, y nuestros estómagos recordaron que habían pasado seis horas después de la comida. Cenamos sardinas, queso y pasteles; dejé á Zorrilla en su casa, y á las veinticuatro horas recibí la siguiente esquela:

«J. ZORRILLA.

»Eximio Thebussem: La digestión de tu gran banquete fue tan buena como el banquete. ¡Cuánto gocé sin tener que andar con repulgos, melindres ni etiquetas! ¡Qué libertad tan bella, tan legítima y tan hermosa! ¡Qué público tan indulgente el que aplaudía mis comedias! Te aseguro que tu convite dúplex de comida y cena, único en su género, ha sido la gratísima compensación de los repetidos festines ceremoniosos con que tanto me han jorobado en este mundo. Dios te lo pague.

»Por casualidad vi y se lo conté a Miguel de los Santos (o de los Demonios, como tú le llamas), y me aseguró que te iba a escribir un memorial suplicando formar el terno de la mesa cuando otra vez me convides.—Yo soy cero, dijo el zumbón de Miguel Álvarez: me coloco a la izquierda de ustedes, y ni quito ni pongo rey.

»Va adjunto el libro que te ofrecí. Deseo que no olvides escribir y mandarme pronto las notas de aquellas ideas, que tanto me hicieron reír, sobre los apellidos machos y hembras.

»Ya iré a verte, como me toca de obligación. Y para firmar en masculino, te aseguro que

»Mucho quiere al Doctorcillo

Su amigo Pepe Zorrillo.

»T/c. 26 Noviembre 89.»

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