Por Daniel Pecharromán Calvo
Durante el siglo XIX España, todavía malherida de guerra y con un importante retraso cultural y social frente a sus vecinos europeos, adquiere en el imaginario extranjero una nueva percepción arraigada en lo exótico y lo enigmático. Culpa de ello lo tienen las imágenes de pintores y las historias de escritores viajeros que, embebidos del espíritu romántico, plasman en sus obras una España de aroma oriental, caliente y umbría, de ruinas y gitanos, amores prohibidos y embrujos insólitos. Una España deliciosamente salvaje, construida a partir de relatos como The Zincali de Borrow y Carmen de Merimée, que servirá de poderosa inspiración para cientos de artistas del momento.
Probablemente no haya espacio que mejor encarne este exotismo romántico que la ciudad de Granada y su Alhambra, entre cuyos atauriques parecían flotar las fantasmagorías de las pasiones musulmanas, y cuya imagen de leyenda consolidó Gustave Doré con las magníficas ilustraciones de la obra Voyage en Espagne de Jean Charles Davillier.
Pero antes que Doré, en los inicios de esta sensibilización por la España maldita, publicaría en 1821 el escritor francés François-René de Chateubriand su obra Les aventures du dernier Abencerage, es decir, Las aventuras del último abencerraje, un compendio de tópicos españoles y arquetipos románticos ambientado en una Granada convulsa y recién recuperada por los Reyes Católicos. Aben-Hamet, abencerraje exiliado en Túnez, regresa a la ciudad perdida en busca de venganza; allí conocerá a la cristiana Blanca, descendiente del mismísimo Cid Campeador. Su historia de amor, imposibilitada por el conflicto de creencias opuestas, será el hilo conductor de la novela.
La obra gozó en su momento de popularidad, siendo adaptada a la ópera por Felipe Pedrell i Sabaté y estrenada en el Liceo de Barcelona en 1874. Buena muestra de la continuada notoriedad de la obra es la edición ilustrada en 1897 por Daniel Urrabieta Vierge, y de la cual posee la Biblioteca Lázaro Galdiano un espléndido y singular ejemplar, encuadernado lujosamente.
Daniel Urrabieta Vierge, nacido en Madrid en 1851 y afincado en Francia desde joven, destacó como uno de los ilustradores fundamentales del siglo XIX junto a Gustave Doré y José Luis Pellicer. Hijo del también artista Vicente Urrabieta Ortiz, comenzó a los diecisiete años publicando imágenes en Le Monde Illustré, y pronto se convertiría en un artista admirado por la sociedad francesa, siendo solicitado por Víctor Hugo para dibujar el paso de la comitiva fúnebre de su hijo, Charles Hugo. Su consolidación artística le llevó a ilustrar numerosas obras literarias, entre las cuales, haciendo honor a su linaje español, destacan Don Quijote de Cervantes y El Buscón de Quevedo. Precisamente en 1881, mientras trabajaba en esta última obra, sufrió un ataque de hemiplejía que inmovilizó parte de su cuerpo, lo cual le obligó a aprender a dibujar con la mano izquierda. Urrabieta Vierge falleció en Boulogne-sur-Seine en el año 1904, dejando un legado artístico fundamental dentro de la producción de libros ilustrados de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Daniel Urrabieta Vierge, Autorretrato, grabado por Clément Bellenger y publicado en Le cabaret des trois vertus de Saint-Juirs.
Madrid, Biblioteca Lázaro Galdiano, IB 11524.
En esta ocasión publicamos una acuarela original de Daniel Urrabieta Vierge titulada Dona Blanca dans les rochers, au bord de la mer, que se encuadernó en la obra Les aventures du dernier Abencerage, de Chateaubriand, editada en París en 1897 por Édouard Pelletan (1854-1912). Vierge colaboró en esta edición de bibliófilo, es decir, en una edición de lujo impresa para aficionados al libro, con 43 ilustraciones estampadas a partir de los grabados de Frédéric Florian (1858-1926). La acuarela y la estampa con la misma escena, una de las que figura como «hors-texte» que se encuentra frente a la página 126, representan a la protagonista de la novela, Blanca, en un acantilado de la costa mediterránea, ensimismada en sus pensamientos y recordando a su amado Aben-Hamet. La estampa de Florian presenta modificaciones en relación con la acuarela original de Vierge y en ella se amplía el paisaje de la escena, detalles que nos informan de cómo el grabador realizaba su trabajo, partiendo de una idea original del pintor pero permitiéndose ciertas libertades creativas. Frédéric Florian fue un destacado ilustrador y grabador suizo, hermano de Ernest-Théophile Florian (1863-1914), quienes llevaron a cabo múltiples trabajos para Pelletan, impresor y editor francés, defensor y promotor de la tipografía preciosista y del uso del grabado original en la edición.
Fréderic Florian utilizó para el grabado la xilografía a la testa, es decir, cortó la madera transversalmente a la dirección de las vetas y abrió con buril las imágenes, porque la superficie era dura y compacta. El resultado fue una imagen a base de líneas negras sobre fondo blanco, más o menos próximas para conseguir cierta gradación tonal e imágenes más delicadas. Además, se pudo compaginar con los tipos de imprenta, permitiendo que texto e imágenes se imprimieran al mismo tiempo.
Daniel Urrabieta Vierge, Dona Blanca dans les rochers, au bord de la mer, y versión en estampa de Frédéric Florian, publicada en Les aventures du dernier Abencerage.
Madrid, Biblioteca Lázaro Galdiano, IB 10582.
Édouard Pelletan realizó una tirada de 350 ejemplares numerados en cifras arábigas y 50 en cifras romanas de Les aventures du dernier Abencerage, de Chateaubriand. El que se encuentra en la Biblioteca Lázaro Galdiano, incluye la acuarela de Vierge, Dona Blanca dans les rochers, au bord de la mer, lleva el número 29 y se imprimió para Alphonse Lotz-Brissonneau (1840-1921) coleccionista, bibliófilo y autor de L’oeuvre gravé de Auguste Lepère, publicada en Nantes. Por lo visto, las acuarelas originales del pintor se fueron incluyendo en ejemplares de la edición, proporcionando un carácter de único, más si cabe porque ya lo era al estar numerado y personalizado.
Hemos de reseñar que el ejemplar cuenta con una cubierta extraordinaria en la que destaca el singular diseño de Emile Carayon (1843-1909). La encuadernación está cuidada en todos los detalles, tanto en el proceso técnico como en el acabado artístico, en donde resulta llamativo el trabajo realizado en las guardas de tapa, que de alguna manera recuerdan el contenido de la obra con un arco de herradura polilobulado y con un complejo entramado de ataurique, de inspiración claramente andalusí.
Emile Carayon, encuadernación (guarda de tapa) para Les aventures du dernier Abencerage.
Madrid, Biblioteca Lázaro Galdiano, IB 10582.
La Biblioteca Lázaro Galdiano cuenta con un ejemplar excepcional de Les aventures du dernier Abencerage, por la edición cuidada, la singularidad de volumen, la exclusividad de la acuarela original de Vierge y la encuadernación de mérito artístico. Estos detalles conforman un volumen donde queda constancia de la importancia de la ilustración en la literatura de la época y del desarrollo de la xilografía a finales del siglo XIX. Por otra parte, es buena prueba de la predilección de la bibliofilia francesa por las obras españolas o por obras que trataban de asuntos de España, aunque fuera en muchos casos el testimonio de esa visión exótica, de ruinas misteriosas y de pasiones andalusíes que tanto fascinó y atrajo a los soñadores del momento.