Por Inés Tordera Rolo
Antonio Buero Vallejo (1916-2000) fue uno de los mayores exponentes del teatro español de posguerra. Este dramaturgo, cuyos inicios están marcados por la inclinación hacia el arte, dedicó algunas obras a este tema, entre las que podemos destacar Las meninas, en relación con Diego Velázquez (1599-1660), o El sueño de la razón, vinculada a Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), objeto de atención en esta oportunidad. En Buero Vallejo desde muy pronto se vio su predilección por Goya, quien le influyó como pintor y a quien le dedicó la obra de teatro mencionada y su poema Pinturas negras, compuesto para el melodrama musical Schwarze Bilde de Tilo Medek, donde presentaba al pintor como «el anciano terco a quien dicen loco» y que «empuña pinceles de inmensa cordura».
En El sueño de la razón, título tomado de la estampa número 43 de Los Caprichos de Goya, nos encontramos ante uno de sus dramas históricos situados en el centro de la producción de Buero Vallejo. La obra fue concluida en junio del año 1969 pero, por problemas con la censura, no pudo ser estrenada hasta el 6 de febrero del año siguiente en el Teatro Reina Victoria de Madrid, bajo la dirección de José Osuna y con José Bódalo en el papel de Francisco de Goya y María Asquerino en el de Leocadia Zorrilla de Weiss. El texto impreso se publicó por primera vez, también en febrero de 1970, en el número 117 de Primer Acto, y ese mismo año se editó en la «Colección teatro», de la editorial Escelicer, con el número 655.
Antonio Buero Vallejo, El sueño de la razón, Madrid: Escelicer, 1970.
La edición de los Caprichos de Goya, donde está la estampa «El sueño de la razón produce monstruos», fue presentada al público en febrero de 1799 y de ella no solo toma Buero Vallejo el título para su obra, sino que la revive casi cinco lustros más tarde, porque la acción teatral se sitúa en diciembre de 1823, cuando el pintor, sordo y con muchos años, se ve recluido en su Quinta al comienzo de la segunda restauración absolutista de Fernando VII. La escena se desarrolla en el espacio cerrado de las dos estancias en donde se encontraban sus Pinturas Negras, es decir, en un ambiente represivo y oscuro que rodea toda la obra. También Buero puso especial atención en la recreación de la figura del pintor, física y psicológicamente, logrando casi un retrato vivo del Goya en esos últimos años en su vida, y situándolo en su entorno más próximo, con personajes como Leocadia Zorrilla de Weiss, el padre José Duaso, Eugenio Arrieta, y otros protagonistas de la época, como el mismo Fernando VII.
La estampa de Goya y la obra de Buero corrieron la misma suerte: Los Caprichos de Goya fueron denunciados a la Inquisición y El sueño de la razón de Buero, en el que el espectador participa en transcurso dramático, también fue censurada. Buero, por medio de sus dramas históricos, intentó que el público fuera consciente de la situación de la España de su tiempo recurriendo a épocas pasadas. Los protagonistas de estos dramas históricos solían ser artistas sometidos a la falta de libertad por un poder opresivo, como ocurre en este caso con Goya durante la «Década ominosa» o segunda restauración del absolutismo de Fernando VII, a partir de 1823. Esto le permitió un distanciamiento para llevar al público a la reflexión sobre la situación que le ha tocado vivir. Por otra parte, Buero consiguió que el espectador se introdujera de lleno en la acción dramática por medio de lo que él denominó «efectos de inmersión». En este caso, este efecto se consigue haciendo al público partícipe de la sordera del protagonista, de manera que solo oirá aquello que el mismo Goya oiga. A pesar de que el texto esté completamente escrito, en parte solo es gesticulado por los personajes, de manera que el público se introduzca en el mundo interior del pintor.
También es interesante el tratamiento pictórico de Buero en esta obra, en la que las Pinturas negras no solo formaban parte del decorado, sino que participaban del contenido simbólico del propio texto. Eran varias las pinturas que aparecían en el fondo del escenario durante el transcurso de la dramaturgia, entre las cuales se pueden destacar El Aquelarre, Saturno devorando a sus hijos, Judith, Asmodea, Leocadia, El Santo Oficio, Las fisgonas, La lectura, Las Parcas, Viejos comiendo sopa, La romería de san Isidro o Dos frailes. Las pinturas cambiaban a lo largo de la representación con el fin de adecuarse lo mejor posible al texto en cada momento, llegando incluso a aumentar su tamaño en los momentos de mayor tensión. Así sucedía, por ejemplo, en la conversación central entre Goya y el padre Duaso, en la que El Santo Oficio sirvió de fondo único; o en el trágico final que se vio reforzado con El Aquelarre situado en el fondo del escenario.
Pero la obra de Goya no solo acudía a la dramaturgia de manera pictórica, sino que se introdujo en el propio texto teatral, que repetía en los momentos en los que estos resultan especialmente significativos los títulos de Goya, no solo de los Caprichos sino también de los Desastres, serie elaborada entre 1810 y 1814. Así se observa en este pasaje en el que varias voces aluden a los títulos de los Desastres 16, 5, 15 y 32 en ese orden:
«VOZ FEMENINA.- «Se aprovechan».
VOCES FEMENINAS.- (Sobre las risas.) «¡Y son fieras! ¡Y son fieras»…
VOZ MASCULINA.- «¡Y no hay remedio!».
VOCES FEMENINAS.- «¡Y son fieras!…»
Francisco de Goya, «¡Y son fieras!…». Desastres [5], entre 1810 y 1814. Biblioteca Lázaro Galdiano, Inventario 11777.
Quizás la escena más significativa en este aspecto sea aquella que da nombre a la obra de Buero, en la que se lleva a cabo una reproducción del Capricho 43 de Goya, cuyo título es «El sueño de la razón produce monstruos». Aquí ya no nos encontramos ante una simple alusión al grabado en el fondo, o al título del mismo introducido en el texto teatral, sino que Buero llevó a escena el Capricho 43, sacando a los personajes de la estampa y llevándolos a las tablas: el protagonista, en medio de una pesadilla, se ve abordado por los carnavalescos personajes de sus últimas obras pictóricas, entre los que destacan el Murciélago, la Gata, las dos Destrozonas y el Cornudo. Esta escena actúa como premonición del final de la obra, en el que la Quinta del Sordo es asaltada por cinco voluntarios realistas y Goya sometido al poder de Fernando VII. Hemos de recordar que Rosario Weiss hizo una copia a lápiz y tinta del Capricho de Goya hacia 1824.
Francisco de Goya, «El sueño de la razón produce monstruos», Caprichos [43], 1799. Biblioteca Lázaro Galdiano, Inventario 11915.
Rosario Weiss, «El sueño de la razón produce monstruos» (copia de Caprichos [43], de Goya), 1824. Biblioteca Lázaro Galdiano, Inventario 11916.
El sueño de la razón de Buero Vallejo, por tanto, presenta un estudio de la obra de Francisco de Goya a todos los niveles. Tanto es así que no solo acudimos a la propia visión que Buero otorga de ella, sino que son los mismos personajes los que se mantienen en el debate de la aceptación entre la última producción del gran artista que es Goya o el rechazo de una pintura desagradable a la vista y al espíritu. La confrontación entre la genialidad y la locura del pintor en estos últimos años de su vida es un tema frecuente en la acción dramática, como se puede ver en el siguiente diálogo entre el padre Duaso y Arrieta:
«ARRIETA.- […] Y además, ya no es un gran pintor, sino un viejo que emborrona paredes. [Yo quiero que su miedo le salve para que viva tranquilo sus últimos días como un abuelo que babea con sus nietecitos].
DUASO.- Entonces…
ARRIETA.- ¡Eso quiero creer, pero no es cierto! ¿Y si esos adefesios que pinta en los muros fueran grandes obras? ¿Y si la locura fuera su fuerza? [¿No querré que un gigante se vuelva un pigmeo porque yo soy un pigmeo?]».
Sin embargo, es el propio pintor el que nos dé las claves de su pintura, dejando siempre clara la lucidez de una obra que intenta reflejar la caída en picado de una España que poco a poco se sume en la locura, al igual que las Pinturas Negras:
«GOYA.- […] El rey es un monstruo, y sus consejeros unos chacales a quien azuza, no sólo para que maten, sino para que roben. ¡Amparados, eso sí, por la ley y las bendiciones de nuestros prelados! ¿Despojar a un liberal de sus bienes? ¡Que no se queje; merecería la horca! No somos españoles, sino demonios, y ellos ángeles que luchan contra el infierno…Yo me desquito. Los pinto con sus fachas de brujos y de cabrones en sus aquelarres, que ellos llaman fiestas del reino».
Francisco de Goya, El Aquelarre, 1797-1798. Museo Lázaro Galdiano, Inventario 2006.