Exposición conmemorativa de la primera edición de la Segunda parte del Quijote
8 de julio a 14 de septiembre de 2015
Por Juan Antonio Yeves Andrés
La exposición Leer y leer muestra algunas obras que leyó Cervantes y extraordinarias ediciones del Quijote, que nos permiten apreciar cómo llegó a los lectores de su época y a los de los siglos siguientes.
Tras un preámbulo, dedicado a las lecturas de Cervantes, se pueden contemplar numerosas ediciones del Quijote que atesoró José Lázaro Galdiano, quien manifestó especial predilección por aquellas que se habían publicado en vida de su autor. Como colofón se muestran testimonios de lectores de la obra de Cervantes, cercanos a José Lázaro, algunos de aquellos que colaboraron en el éxito de la celebración del tercer centenario de la primera edición en 1905.
Así se ha organizado la exposición, en torno a la primera edición de la Segunda parte, impresa en 1615, que presenta una estructura literaria más cuidada que la primera parte, tal vez para demostrar quién era el verdadero autor después de que el año anterior se hubiera publicado aquel segundo tomo del falsario Alonso Fernández de Avellaneda. En la portada se mantiene el gran escudo del impresor y no solo en este detalle, también en la composición tipográfica se aprecia una decidida voluntad de relacionarla gráficamente con las tres ediciones anteriores de la primera parte realizadas en Madrid por Juan de la Cuesta –las dos de 1605 y la de 1608–, mientras que el segundo tomo de Fernández de Avellaneda quedaba vinculado a la edición valenciana de la primera parte. A pesar del empeño y atención del autor, la primera edición de esta Segunda parte se hizo con tipos gastados, tintas deficientes y mal papel, e incluso se aumentó la caja de texto con dos líneas más por página que en el primer tomo, dando como resultado una edición descuidada y con erratas. Eso sí, tiene el mérito de completar las aventuras iniciadas por el ingenioso hidalgo, que ahora aparece como ingenioso caballero, en un libro excepcional.

Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Madrid: Juan de la Cuesta, 1615. Registro 4. Primera edición.
Lecturas de Cervantes
Para ilustrar este asunto tan conocido y estudiado se muestran algunos libros que recuerdan a Cervantes como lector. La muestra, breve pero selecta, comienza con un ejemplar del Amadís de Gaula, que perteneció a Cánovas del Castillo, en representación de las novelas de caballería que enloquecieron a Alonso Quijano. Estos libros le sirvieron al ingenioso caballero para desterrar la melancolía, cuando la tuviere, y para mejorar su condición, si acaso fuere mala.
Asimismo, se expone en este apartado inicial una representación de libros de otros géneros que el cura y el barbero salvaron en el «donoso y grande escrutinio» que hicieron en la librería de don Quijote: desde el Orlando furioso de Ludovico Ariosto, en el que aparecen los nombres del Conde de Altamira y de Luis Paret y Alcázar, o La Austriada de Juan Rufo, con las armas de Louis Treslon-Cauchon, llamado Hesselin, en la encuadernación y con el exlibris de Antonio Cánovas del Castillo, hasta Los diez libros de la Fortuna de Amor de Antonio de Lofraso, del que dijo el cura que «el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto», y El pastor de Philida de Luis Gálvez de Montalvo, obra valorada en el escrutinio como «joya preciosa», que fue del bibliófilo y bibliógrafo Annibal Fernandes Thomaz.
El Quijote de Avellaneda cierra este primer capítulo dedicado a recordar las lecturas de Cervantes. Es digno remate este otro don Quijote, que se había disfrazado y corrido por el orbe, hasta que el de Cervantes apareció de nuevo y se calzó las espuelas en la Segunda parte para quitar el «hámago y la náusea» que había causado aquel. El misterio de la identidad del autor no está resuelto pero no hay duda de que su lectura influyó en Cervantes y en la elaboración de la Segunda parte que publicaría al año siguiente, 1615, pues utilizó personajes y temas del de Avellaneda.

Los cuatro libros de Amadís de Gaula. Venecia: Juan Antonio de Sabia, 1533. Inventario 8436.
Luis Gálvez de Montalvo. El pastor de Philida. Lisboa: Belchior Rodrigues, 1589. Inventario 56.
El Quijote a lo largo de cuatro siglos
En la Biblioteca Lázaro Galdiano, aunque no se halla la primera edición del primer tomo del Quijote, existen ejemplares de las publicadas aquel primer año, 1605: de una de las de Lisboa, de la segunda de Madrid, de la de Valencia y en algún caso copias por duplicado, como ocurre también con la de Bruselas de 1607 o la de Milán de 1611, buena prueba de la acogida por parte del público y del inesperado éxito de la obra. También se encuentra un ejemplar de la madrileña de Juan de la Cuesta de 1608 —tal vez corregida por Cervantes—, que estuvo en las bibliotecas de Ricardo Heredia y de Antonio Cánovas del Castillo.

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Madrid: Juan de la Cuesta, 1605. Inventario 9596.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Valencia: Pedro Patricio Mey, 1605. Inventario 2604.

Vida y hechos del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Londres: por J. y R. Tonson, 1738. Inventario 2269.
Además de las mencionadas, de extraordinario interés y valor patrimonial, se exponen otras del siglo XVII, entre ellas la primera traducción al italiano, de 1622. También el ejemplar de la primera edición ilustrada en castellano, publicada en Bruselas en 1662, con láminas de Frederik Boutatts, que perteneció al Monasterio de Moreira y que presenta párrafos censurados.
El XVIII tiene especial relevancia porque es en este siglo cuando se da un nuevo tratamiento editorial al Quijote, convirtiéndose así en un clásico de la literatura universal, especialmente a partir de la edición inglesa de Jacob y Richard Tonson, también en castellano. En una colección como la de José Lázaro no podía faltar el Quijote en la edición corregida por la Academia, de 1780, o el de Gabriel Sancha, de 1797, del que Lázaro consiguió un ejemplar impreso en pergamino, aunque lamentablemente incompleto, pues faltan dos de los siete volúmenes de los que consta.

Daniel Urrabieta Vierge: La liberación de los galeotes: escena del Quijote. Dibujo, ca. 1897-1902. Inventario 10324.
Concluye el recorrido con ediciones del siglo XIX, cuando nace el «cervantismo» y la edición de bibliófilo. La edición en miniatura de Didot, de 1827, de la que se hicieron antes de imprimirse «cuatro pruebas y otras tantas correcciones por diferentes sugetos, y todos inteligentes» y la de Tomás Gorchs, de 1859, se muestran junto a un dibujo original de Urrabieta Vierge, ilustrador del Quijote y de otras obras editadas en tiradas limitadas y destinadas a bibliófilos en torno a 1900.
Lectores del Quijote
El capítulo final de la exposición, los lectores del Quijote, es asunto que permite infinitas posibilidades. Se ha optado por mostrar algunos ejemplos de las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX y, especialmente, en el entorno de José Lázaro Galdiano, quien, como editor, fue promotor de estudios y lecturas de la obra de Cervantes. Así, La España Moderna fue tribuna desde la que hablaron sobre la obra de Cervantes, además de autores extranjeros como Giosuè Carducci, Havelock Ellis, Marco Aurelio Garrone, Karl Larsen e Ivan Sergueevich Turguenev, algunos de los cervantistas españoles: José María Asensio, Julio Cejador, Clemente Cortejón, Adolfo de Castro, Augusto Martínez Olmedilla, Blanca de los Ríos y, de manera especial, el Doctor Thebussem y Miguel de Unamuno.
El Doctor Thebussem, con una larga trayectoria de publicaciones sobre temas cervantinos, preguntaba a Lázaro en diciembre de 1891: «¿Le acomodaría a usted para dentro de un mes o dos, la colección completa de lo que yo he publicado sobre el Quijote y Cervantes, desde treinta años acá?». La respuesta de Lázaro fue inmediata: «Vengan los artículos del Quijote y Cervantes, uno de los cuales el de alcahuetas y putas, me costó un disgusto magno en mi casa, pero era tan bonito que lo di por bien empleado». Este artículo se expone ahora en versión que vio la luz en la Segunda ración de artículos editada por el autor. También se muestra otra obra, Interpretaciones del Quijote, el discurso de ingreso en la Real Academia Española de José María Asensio y Toledo, contestado por Marcelino Menéndez y Pelayo, ambos colaboradores en la revista y editorial; así como el número de abril de 1905 de La España Moderna, que incluye el conocido artículo de Unamuno «Sobre la lectura e interpretación del Quijote».
La exposición se cierra con la edición del Quijote de la Imprenta Real, publicada en 1819, con estampas realizadas a partir de dibujos de José Ribelles, pues sabemos con certeza, por las notas que lleva, que entre las ediciones reunidas por Lázaro esta es la que utilizó para su lectura del Quijote.